November 28, 2023, by Cuba Research Forum
La promesa
Resumen: Un relato sobre fe espiritista.//Summary: A story about spiritualist faith.
―Cuando caiga la cruz, voy a morir ―predijo mi abuelo ante sus hijos. Curaba todo tipo de enfermedad y padecimientos, pero ahora estaba viejo y sintió que había cumplido su misión en la tierra. Era hora de que otra persona se encargara de aquel centro sostenido en la corriente del Ser Naturaleza. Mi mamá estaba frente a él cuando se hizo el compromiso. Salgado la miró como un majá y le dijo: Mire mi hija Julia, ―si usted no cumple con esta promesa tendrás que repartir un castigo para tres.
Ahora mi mamá estaba trastornada y nunca pregunté qué le había sucedido. Ella tarareaba, entretanto sus extremidades andaban dislocadas. Parecía que la sentencia se estaba cumpliendo.
Después de que mamá falleció, al pasar dos años, mi hermano Juan me mandó a buscar. ― Hermano ― me pidió ―, llévame al centro de Salgado. Su imagen era una fotografía de los padecimientos de mi vieja.
El camino hacia el centro era difícil, pero así anduvimos por aquel lugar fangoso y solitario. Yo monté a mi hermano en la bestia y después de tantos tropiezos llegamos al destino.
Es muy tarde ―dijo Faustino, el hijo mayor de mi abuelo que atendía el centro e hizo testimonio de esta historia.
Al cabo de dos meses mi hermano murió y después de su sepelio pensé: ― ¿Quién será la otra persona doliente de estos males?
Fue en la celebración del San Joaquín donde empecé a sentir dolores. ― ¿Qué tú dices? ―preguntó mi mujer, mientras yo me apoyaba de las paredes.
Después de acudir al médico e ingerir medicinas para los dolores, no tuve más remedio que acudir otra vez al centro de mi abuelo.
―Te estaba esperando ―dijo Faustino cuando me vio ―, sé por lo que vienes.
Yo me puse a descansar y él, con mucha calma, dijo: ―Consigue un trozo de madera y hazte una muleta.
Ir al centro me favoreció. Allí había mucha gente y tuve la suerte de regresar en un camión que me dejó cerca de la casa.
―Necesito una muletica para ahora mismo ―grité en la carpintería del barrio y al rato tuve la caridad en las manos.
Me fui para mi casa y mi mujer se puso curiosa. ―No la toques― le supliqué.
En unas semanas, sin darme cuenta, los dolores desaparecieron y me olvidé del sostén. Ahora nadie preguntaba por mi salud; por eso suspendí los medicamentos y de la soltura de mi lengua ni hablar.
Todo marchaba tan bien que me olvidé de la muleta.
En enero del año 1985 llegué a la casa y sin pensarlo me tiré en el piso con tremendos dolores. ― ¿Qué está pasando aquí? ― me pregunté. Los males volvieron y enseguida fui en busca de mi caridad.
La ausencia del sostén simbólico me hizo entrar en pánico.
― ¿Abuelo qué buscas? ―interrogó mi nieto, mientras realizaba sus tareas. Yo le pregunté por la muleta y se quedó en silencio. ―Abuelo ―respondió al poco rato ―, hace tiempo que la cogí y ahora no sé dónde la puse.
Yo buscaba con esmero, pero mi caridad nunca apareció.
―Vas a tener que ir de nuevo al centro ―sugirió mi hijo menor.
Ahora casi no podía caminar y estaba desesperado pues, agoté mis fuerzas.
Después de unos masajes en las piernas el domingo temprano salí acompañado rumbo al centro de Salgado y aunque me torcí en el viaje y demoramos llegamos al destino.
―Acabo de dar todas las consultas ―informó Faustino en cuanto me vio. Él me mandó, casi la misma caridad, me dijo: ―Ahora la muleta tiene que ser de bolsillo ―, úsala en los pantalones hasta que se te pierda.
Después de dar una vuelta en la cruz del centro de mi abuelo y tomar agua salí con mi primo hermano de regreso hacia mi casa. Mi hijo me trajo un vaso con agua y al instante me acomodé.
― ¿Cómo anduvo todo, papi? ―peguntó y al poco rato me había hecho una muleta rústica bien pequeña.
Esa noche sentí la voz de mi mamá con su tarareo y recordé cuando se levantó torcida de la cama y al momento murió.
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