October 14, 2023, by Cuba Research Forum

Justicia marrullera

Resumen: Homofobia en la Cuba profunda de los años 80.// Summary: Homophobia in the deep Cuba of the 1980s.


Todos los pueblos, todos, tienen una historia negra. Un hecho, un acontecimiento, un proceso del que luego han de arrepentirse o por lo menos avergonzarse. El mío, Buenaventura, en la provincia de Holguín, no es la excepción. El reconocerlo es parte de la disculpa pública que le debemos a los que de una manera u otra fueron agraviados.

Esta historia que les voy a contar tuvo lugar en la primera mitad de los años ochenta del siglo pasado.

Vivía, si así puede llamarse, en Villa Magaly o La Mananina, un barrio a la entrada de Buenaventura, un señor al que llamaré solo D, que era la letra inicial de su nombre. El señor D era homosexual y fue el primer hombre que vi con el pelo teñido de rojo, las cejas arregladas y otros embellecimientos, que hoy entre los hombres va siendo normal. Pero aquello era todo un atrevimiento para la época. Lo cierto es que su vida era un calvario: ofensas, empellones y alguna que otra pedrada recibió por su orientación sexual. El recorrido de Villa Magaly a Buenaventura, unos 600 metros, era un vía crucis para él. Recuerdo una vez que jugando futbol apareció el señor D por la carretera que corre paralela al estadio. El juego se detuvo y solo continuó cuando toda la plebe futbolera se cansó de gritarle todos los epítetos que pudo, donde no faltaron dos muy típicos para la época: loca y cherna. Él aguantaba estoicamente en silencio.

Pero el verdadero tormento del señor D llegó el día que le celebraron un juicio y la noticia recorrió como pólvora el pueblo: ¡Van juzgar a D por m…!

En realidad, la noche anterior un auxiliar de la policía, ¡siempre tan celosos de la ley!, le había detenido a él y a dos más por escándalo público.

El espacio para el juicio se quedó chico para la cantidad de público que asistió. Antes de declarar el señor D esperaba en el patio, debajo de un árbol, como siempre, apartado, mudo y evitando el contacto visual con la turba que le rodeaba y le colmaba de calificativos nada agradables.

El juez era un señor llamado Amaury. De abogados ni hablar. Los primeros en declarar fueron los compañeros nocturnos del señor D, quienes dijeron que solo estaban compartiendo una botella de ron en total silencio. De hecho, no había testigos del escándalo. Pero la debacle fue cuando le tocó el turno de declarar al señor D. Estaba visiblemente nervioso y su voz, nada grave, sonó más insegura y aflautada que nunca. Una carcajada general le interrumpió y alguien de la multitud gritó: ¡Cásalos Amaury ¡, Y al unísono toda la muchedumbre comenzó a corear mientras aplaudía a rabiar: ¡Cásalos Amaury!, ¡Cásalos Amaury!, ¡Cásalos Amaury!

Si creen que este bochorno fue lo peor que sufrió ese día el señor D se equivocan. A los tres les endilgaron 6 meses de prisión por las costillas por escándalo público, y esto, créanme, no fue lo peor. Una vez que terminó el juicio se formaron, en la parte de afuera del juzgado, automáticamente, y sin que nadie las organizara, dos filas paralelas de los asistentes y el señor D. recibió en sus ya flageladas espaldas, mientras intentaba abandonar el local, palmadas y coscorrones acompañados de los tradicionales epítetos ya tan naturales para él. El señor D aguantó, como siempre, serenamente.

Y si piensan que la historia terminó, esperen un poco más. El señor D cruzó la avenida José Martí, y tomó apresuradamente la primera calle que vio despejada, pero un grupo de jóvenes recalcitrantes le persiguió, evidentemente, pienso yo, con intenciones de darle “una lección de hombría”. Entonces sí ya el señor D perdió la compostura y comenzó a correr espantado al ver que una paliza se le avecinaba, y cerca del barrio de Pueblo Viejo se mandó para el interior de la primera casa que vio abierta. «¿Qué es esto?, ¿quién es este hombre?, ¿Quiénes son ustedes? Gritó alarmado el dueño de la vivienda a los perseguidores.

-No es un hombre. Es un m…, le respondieron. Sácalo que lo vamos a matar.

Respiren, porque ese día el señor D encontró la primera persona que le defendió en Buenaventura. El dueño de la casa expulsó a los perseguidores y les dijo, con palabras más fuertes, que cada cual debía hacer con su ustedes saben que, lo que quisiera.

Por suerte para él, en la apelación, por falta de evidencias, anularon la sentencia.

El señor D desapareció un día de Buenaventura y nunca más regresó. ¿Para qué se iba a quedar y para qué iba a volver?, dirán ustedes.

Pedro Antonio Bruzón Sosa (Buenaventura, Holguín, 1965) Es licenciado en Educación. Profesor de idioma Inglés, investigador de temas de la cultura, historiador y escritor para la radio. Es Máster en Conservación del Patrimonio Cultural (Museología) por el Instituto Superior de Arte de La Habana (ISA); Máster en Educación Superior y Máster en Historia y Cultura en Cuba, ambas por la Universidad de Holguín (UH). Ha sido profesor a tiempo parcial en esta última institución de varias asignaturas, entre ellas, Historia Regional y tutor de numerosas tesis de pregrado. También se ha desempeñado como educador en la Universidad de Ciencias Médicas de Holguín y en la Universidad de Las Tunas. Tiene la categoría de Profesor Auxiliar y de Investigador Agregado.

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