March 7, 2024, by Cuba Research Forum
Historia local manzanillera, ánima colectiva de la conciencia ciudadana.
Resumen: Un breve estudio de caso donde la historia y la cultura animan la conciencia pública. Summary: A brief case study where history and culture animate public consciousness.
El hombre, objeto y sujeto de la historia, alberga dos condiciones indivisibles: un ser individual y una existencia colectiva. De clarificar, desentrañar y entender esta última se ocupa la historia, uso que define la agraciada de Clío y permite responder a la interrogante ¿para qué sirve la historia?; función utilitaria esta que, estrechamente relacionada con los intereses, motivaciones grupales o de clase de quien la investiga, escribe, difunde y emplea, también de su capacidad de control o lugar dentro de la sociedad, dará al relato histórico un peso y sentido específico, haciéndolo más o menos atractivo cuando este, formalmente, sea capaz de impactar en la estatura sentidora de quienes lo reciben, validando el refrán de que la “historia demuestra, pero la literatura convence”. Así pues, el discurso histórico, ya sea escrito u oral, con el objeto de promover, enseñar, convencer y atraer, tratará de persuadir, emocionar, cautivar y agradar, valiéndose, como decía José Martí, de la artes que embellecen, la literatura que ameniza y las ciencias políticas que fundan, entendiendo esta última categoría en el más recto sentido de la ética; pues, sin bien es cierto que jamás podrá alcanzarse una historia que atrape la verdad total, un historiador honesto hará suyo el refrán de que «aquí no está toda la verdad; pero lo que se dice es verdad».
Hemos postulado en más de una ocasión que el núcleo duro de la cultura cubana lo constituye la lucha constante por la libertad y la independencia, oral individual, ora colectiva, antagonismo dado no solo contra sí misma; sino, contra otras entidades y a cuyo cauce, cual afluentes de un río, se le han ido incorporando grados tan distintivos como la justicia social, los derechos económicos, ciudadanos y humanos (acceso a la educación, la salud, la cultura, el deporte, la vivienda), en fin, el derecho a disfrutar de una vida digna, teniendo en cuenta que dicha liza no se detiene nunca por cuanto siempre habrá libertades que conquistar, cadenas que romper y derechos que defender o alcanzar.
Si bien la migración resulta innata al homo sapiens, el sedentarismo ha tipificado los últimos siglos de historia humana y permitido crear más que diferencias, identidades; pues, las desigualdades son generalmente resultado de una política de sometimiento y control social donde el estado se lleva el palmaré. Desde las ciudades-estado griegas hasta hoy, las urbes han distinguido y seguirán tipificando la condición gregaria del hombre como objeto de la historia; lógico, cada una, teniendo en cuenta su emplazamiento geográfico, evolución, desarrollo y la capacidad de decidir o controlar, no solo su destino sino el de sus pares cercanos, va a generar un estado de conflictividad expresado en cada momento de diferentes formas. El decurso histórico de la actual ciudad cubana de Manzanillo lo confirma.
Con solo 230 años de existencia como población organizada en una estructura geo-administrativa determinada, los territorios del actual Manzanillo van a tener participación activa en los primeros momentos de la conquista y colonización de Cuba cuando eran parte quizás, del dominio de algún cacique taíno, los poseedores originarios de estas tierras. En 1512 se produce el acontecimiento primigenio que distingue la cultura insular, cuando el cacique Hatuey, natural de Haití, es quemado en la hoguera por los conquistadores hispanos con el objeto de conjurar la rebeldía indígena. Al momento de ofrecerle la extrema unción y preguntarle el clérigo español si quería ir al cielo, el rebelde indagó: “¿Y al cielo van los españoles?”, y al recibir una respuesta positiva el cacique replicó: “Pues yo no quiero ir a donde van hombres tan crueles”. Este punto cero, cargado de simbolismo libertario y desafiante, será invocado de forma recurrente como ejemplo de ese aliento que va a distinguir el espíritu objetivado del etnos cubano, y en ese mismo sitio, a legua y media del puerto y cerca del río Yara -en el actual municipio Manzanillo-, el adelantado del Rey y conquistador de Cuba (Diego Velázquez), va a levantar la segunda villa de Cuba (San Salvador) y convertirlo en puerto nodriza, junto a otras locaciones en el sur de la isla, para iniciar la conquista de tierra firme.
El genocidio de los pueblos originarios resultó, en cuanto a impacto numérico, mucho más terrible en las islas del Caribe que en tierra firme; quizás por ello José Martí, el más universal, trascendente y querido de los cubanos, también Héroe Nacional, afirmó: “La conquista española arrancó una página a la historia del universo”. Con el objeto de disimular y torpedear la labor del Padre Las Casas, clérigo empeñado en la protección de los aborígenes; quien, después de muchos años (1542), logró que la corona española dictase leyes para abolir la esclavitud de los indocubanos, los colonizadores crearon en esta región un ensayo llamado la «experiencia». Tal propuesta pretendía sustituir el trabajo esclavo de las encomiendas con una forma de servidumbre feudal; sin embargo, la esencia se mantenía y ante la imposibilidad de escapar de este nuevo modo de opresión, el cacique Anazca, reconcentrado en tierras del hoy Manzanillo, en un dramático acto de emancipación individual, acuerda con su esposa quitarle la vida a su hija y luego ambos se suicidan. Como tributo y recuerdo a ese gesto “liberador” la editorial Orto de la ciudad ha designado la colección de ensayo con el nombre del cacique suicida: Anazca.
El movimiento humano hacia la conquista de tierra firme y el notable descenso de la población aborigen insular, provocaron un notable despoblamiento de Cuba, lo que unido al traslado de la villa hacia tierra adentro (pasaría a llamarse ahora San Salvador de Bayamo), convirtieron todo el arco del Golfo del Guacanayabo en sitio propicio para un tipo de comercio que marcaría, como hierro candente, la formación socio-psicológica de los habitantes de esta región. Cerca de dos siglos y medio practicando el comercio de rescate y contrabando, modalidad mercantil que contravenía el monopolio español, junto a la débil presencia de elementos de coacción ideológica y estatal metropolitana, dejaron expedito el camino no solo para el surgimiento y oficialización de nuevos asentamientos humanos; sino, que configuró una mentalidad colectiva, rebelde e indomeñada, la cual animó el parteaguas de la historia de Cuba. Y justamente, inmersa en esta modalidad de sobrevivencia; o sea, el comercio de rescate y contrabando practicado con hugonotes, luteranos, calvinistas y herejes de todo tipo, se producen los acontecimientos (1604) que dan lugar, en las playas del Manzanillo, al primer monumento de la literatura cubana, el poema épico Espejo de Paciencia, expresión literaria que va a reconocer los tres elementos étnicos fundamentales de lo cubano: el indio, el español y el negro. Este suceso va a penetrar de tal forma el identitario manzanillero que será no solo inmortalizado en el escudo de la ciudad; sino, que junto a la defensa que hacen los residentes de la naciente población en 1819, cuando un contingente expedicionario bolivariano, formado esencialmente por ingleses, atacan el aún partido de Manzanillo, servirá tiempo después a Carlos Manuel de Céspedes para exaltar el sentimiento patriótico y valor de sus compatriotas.
En las postrimerías del siglo XVIII, más exactamente el 11 de julio de 1792, el monarca español va a emitir una real orden por la cual ordena la erección de una pequeña población en el paraje titulado el Manzanillo, jurisdicción del Bayamo; la razón: proteger las maderas preciosas para sus astilleros, toda vez que eran contrabandeados por los locales y vendidos o cambiados por especies de manera continuada a los ingleses, especialmente los acantonados en Jamaica. Recuerdo de ese tráfico todavía quedaba, en el siglo XIX, distintiva toponimia en la zona costera de la jurisdicción manzanillera: «la ensenada de los ingleses». Haber vivido a la vera del mar, otorgó a los nacidos o residenciados en esta región no solo una visión diferente a los de tierra adentro, especialmente los residenciados en Bayamo; sino, que creó un sistema de intereses que animó un sentimiento de “patria chica” o “patrilocalidad” que ha devenido explicación argumentativa de un diferendo no resuelto y causa básica del retroceso experimentado por Manzanillo a finales de la vigésima centuria; por ello, cuando el pronunciamiento de Rafael del Riego en 1820 hizo firmar a Fernando VII la constitución de 1812 dando inicio al Trienio Liberal en España, la primera demanda de los integrantes del recién estrenado Ayuntamiento de Manzanillo al Gobernador General de Oriente fue emanciparse de Bayamo; pues, los intereses ya no eran compatibles. No importó el rey fuera devuelto a su trono tres años después, la suerte estaba echada y en 1830, una trinidad de manzanilleros escriben a su alteza argumentando la insostenibilidad de que Manzanillo siguiera acogotado por la férula bayamesa, ¿bajo qué argumentos (solo podía explicarse a través del egoísmo colectivo de la riqueza), justificar la presencia de la aduana a 62 km del puerto y tener que realizar allí todos los trámites para despachar los buques y realizar el comercio, entramado vital del crecimiento socio-económico de la región? Las razones, válidas a simple vista, hicieron posible que en 1833 la figura real otorgase a la población manzanillera el título de Villa y, aunque los mediterráneos hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para postergar lo inevitable, el cumplimiento de la Real Cédula se verificó en 1840 cuando Manzanillo se independiza de Bayamo ganando jurisdicción administrativa sobre los territorios que iban desde la margen izquierda del río Buey hasta el Pico Turquino. Los manzanilleros tenían ahora en sus manos una oportunidad dorada y no la desaprovecharon.
La década siguiente aportaría el nacimiento de dos instituciones fundamentales para la cultura y el pensamiento: el Teatro Manzanillo (1856) y El Eco de Manzanillo (1857), primer periódico de una lista que, con cerca de 200 títulos hasta la medianía de 1970, colocaría a este segmento de la Cuba Profunda en el mapa de las letras hispanoamericanas y es que el impulso ofrecido por el invento de Gutemberg haría aparecer no solo periódicos; sino, revistas y libros que darían cuerpo a una comunidad intelectual en la primera mitad del siglo XX; la cual, convertiría la ciudad y su natural zona de influencia en notable polo literario del país, especialmente por contar con un ente como el Grupo Literario de Manzanillo y su órgano de difusión: la revista Orto; por ello, cuando a finales del siglo pasado nace el proyecto más democrático en la república de las letras cubanas (el Sistema de Ediciones Territoriales con tecnología de impresión Rissograph), el justo clamor cívico e intelectual hace imposible desconocer una heredad literaria imbricada en los intersticios más claros de la identidad nacional, y aunque a la ciudad no se le asigna una imprenta, el Ministerio de Cultura decide la creación de Ediciones Orto y aprueba una revista (Áncora); ya en 1994 se había oficializado el Centro de Promoción de la Cultura Literaria “Manuel Navarro Luna” y sumado al concierto de instituciones perteneciente al sistema de la cultura. El teatro, a su vez, nace con buena estrella: sustituye la moribunda Sociedad Filarmónica, se erige a partir de un consorcio formado por accionistas amadores del terruño y Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria Cubana, resulta su primer director de escena; tales augurios y el paulatino crecimiento económico de la villa favorecido por la ubicación geográfica (nace, crece, vive y respira por el mar), van a convertir el coliseo en «anfitrión cultural de excelencia» de todos los territorios que hoy albergan la provincia Granma; pues, por su tablado desfiló lo más granado y exquisito que pudo apreciarse en estas tierras durante un poco más de cien años y cuando la desidia hicieron mella en su estructura, lo legado a la cultura cubana y local devino acicate y argumento del clamor para que las autoridades, a nivel de país, dispusieran su reparación capital y reapertura en 2002.
La historia cubana no puede entenderse sin asumir a plenitud el 10 de octubre de 1868. Ese día, en su ingenio Demajagua -escasos 10 km de Manzanillo-, Carlos M. de Céspedes principia la forja armada de la nación y los cubanos comienzan a ser hombres porque deciden ser libres. Nace así el Altar de la Patria en tanto sitio y referente de veneración a la idea de la libertad y la independencia. Este parteaguas en la historia insular resulta culmen de su núcleo duro y explicita los continuados e intensos episodios por alcanzar y elevar los estándares de soberanía nacional; también, satisfacer las justas aspiraciones del soberano en cuanto a vida digna y buen vivir, porque sin ellas, la Patria es entelequia y discurso vacuo. Por ello, primero Martí en la preparación de la guerra final contra España y luego, en años republicanos y los que van de revolución en el poder, recurrir a la épica eclosionada en Demajagua resulta constante en el discurso político-social e identitario cubano. En 1968 Fidel Castro declara que la Revolución Cubana es una sola, “la que inició Carlos M. de Céspedes en Demajagua y nuestro pueblo lleva adelante”; tales argumentos -aunque desconocidos en su momento por autoridades gubernativas y culturales-, fueron esgrimidos en los años 90 del pasado siglo para solicitar mejoras constructivas, estructurales y funcionales a un sitio al cual debieran llegar los cubanos, vivan donde vivan, del mismo modo que llegó Martí ante la estatura de Bolívar: sin quitarse el polvo del camino y preguntar donde descansar o comer.
Al término de la Guerra Grande (1868-1878), con la destrucción de la riqueza agraria y la moratoria impositiva para su recuperación, quedaba expedito el escenario para el surgimiento del capitalismo a partir del proceso de concentración y centralización de la industria azucarera, y donde hay industrias hay obreros, por ende, lucha y contradicciones sociales. A consolidar el proceso contribuyeron tres elementos:
1ro.-El empleo de mano de obra esclava nunca tuvo el peso que en otros lugares de la isla, de hecho, antes de la guerra ya había contratación de trabajadores libres y molienda de cañas cultivadas en tierras que no eran propiedad de los ingenios azucareros.
2do.-El conocimiento y penetración de ideas socialistas en el tejido social. Por ejemplo, en 1857 Carlos M. de Céspedes escribe un artículo apuntando que la pobreza, desnivel social producido a causa de la propiedad, “[…] es y será un mal necesario en nuestras sociedades […] no tiene curación radical, solo admite paliativos.” En 1892, José Caymari Vila, benefactor manzanillero que lega su fortuna para construir un hospital, invita a los que tienen capital o van fuera del país cargados de riqueza, dispongan alguna cantidad para continuar la obra y con ello “[…] quizás podrían corregirse y tal vez extinguirse las doctrinas del poderoso Comunismo que tanto daño hará y que preocupa en alto grado á las personas que se ocupan de ello […]”.
3ro.-La intervención norteamericana frustra el ideal independentista y el estado de deterioro en el cual queda sumido el país, hace que el deseo martiano de una “República con todos y para el bien de todos” no pase de ser hermosa ensoñación.
Tal estado de cosas resulta caldo de cultivo para la creación del Partido Socialista de Manzanillo en 1907 por Agustín Martín Veloz (Martinillo) y el nacimiento de un fuerte movimiento obrero que, yendo desde posiciones anarco-sindicalistas y socialistas hasta las “comunistas” de filiación soviética, llegaría a la creación -en el central Mabay-, del primer Soviet de América (1933) y la elección en 1940, para alcalde, del comunista Francisco Rosales Benítez (Paquito), el primero de Cuba. Y si bien a los comunistas cubanos, también los manzanilleros, les cabe la responsabilidad histórica -por solidaridad doctrinal-, de ser cadena de trasmisión de los dictados de la III Internacional, estuvieron siempre al lado de la justicia social, la clase obrera e impulsando causas nobles. Baste señalar la probidad administrativa de Paquito; quien, traspasó a manos del ayuntamiento la explotación del acueducto y no aceptó el soborno de la compañía que deseaba seguir usufructuándolo, rendía cuentas de su gestión gubernativa en una pizarra pública donde ponía gastos e ingresos y fue asesinado por la dictadura de Fulgencio Batista, solo por ser militante comunista, nada más. No resulta ocioso señalar que desde 1934 hasta 1961, el líder del Partido Comunista de Cuba fue el manzanillero Blas Roca. Este legado sería, después del triunfo revolucionario, justamente exaltado, no solo por la sintonía ideológica del gobierno con su aliado soviético y la necesidad de lograr unidad entre los actores políticos; sino, porque en verdad estuvieron al lado de los desfavorecidos; por ello, el antiguo Gremio de Tabaqueros se convierte en Museo de Luchas Obreras y declara Monumento Nacional, al igual que el lugar donde asesinan al líder azucarero Jesús Menéndez en 1948; mientras una escuela, un parque, una avenida, una fábrica de tabacos y un Consejo Popular adquieren la gracia de Paquito Rosales; por otro lado, su ejemplar práctica de exponer al escrutinio ciudadano las finanzas públicas, es empleado para poner en solfa la falta de transparencia administrativa de un sistema que se dice identificado con la ideología del alcalde comunista que entró y abandonó la regencia citadina en idéntica condición: cual simple tabaquero.
Los primeros 58 años del siglo XX van a consolidar a Manzanillo como el centro urbano, económico y social más sobresaliente de los territorios de la actual provincia Granma. Esos casi seis lustros van a definir la estructura urbana de la ciudad, distinguida por el eclecticismo como estilo arquitectónico predominante; también, favorecer el surgimiento o consolidación de expresiones identitarias como la ingestión de la liseta frita, la música de órgano, la práctica del espiritismo de cordón, la producción del ron Pinilla, la celebración de la Vigilia Martiana y los carnavales; mientras, como se ha dicho más arriba, el Grupo Literario de Manzanillo, integrado por una nómina de más 200 intelectuales resultará locomotora cultural que, junto a la sociedad Pro Arte Musical, harán de la urbe plaza fuerte en el ámbito artístico y cultural del país; de hecho, pocas ciudades en Cuba republicana podían exhibir con orgullo la existencia de una escuela de ballet y si bien es cierto que en 1953 el analfabetismo alcanzaba al 34% de la población, el mismo Fidel Castro reconocería que solo podían asistir a la Universidad los que tenían vencido el bachillerato y ello en Oriente solo sucedía en algunos “[…] municipios […] como el de Santiago de Cuba, o el de Holguín, tal vez Manzanillo […]” A pesar de los pesares, al triunfo de la Revolución Cubana, Manzanillo era ya una ciudad hecha y para los estándares de su época, comparándola con otras cubanas, por su comercio, talante arquitectónico, ascendencia cultural e infraestructura, se ubicaba entre las diez primeras del país, incluso por encima de algunas que hoy son capitales de provincia.
Sin embargo, las desigualdades sociales, la precariedad de sectores populares, la falta de oportunidades y, sobre todo, la coartación del curso democrático de la nación cubana a partir del golpe de estado de 1952 -asonada militar que terminó de redondear la situación revolucionaria-, junto a un aliento patriótico que fue creciendo en el pecho de muchos hijos de Manzanillo, permitió a este asentamiento humano convertirse en «contrafuerte» de la Sierra Maestra y, con Santiago de Cuba, una de las ciudades de mayor contribución al triunfo de la Revolución. Por ello, el 4 de febrero de 1959, cuando el líder guerrillero se dirige por vez primera al pueblo manzanillero, declara:
Me faltaba el pueblo que, durante el primer año de guerra fue prácticamente el primer abastecedor. Me faltaba el pueblo que nunca falló en ningún momento; que estaba presente en todas las huelgas. El pueblo que se lanzó a la calle el primero de agosto y mantuvo la huelga durante una semana; el pueblo que se lanzó a la huelga del 9 de abril y mantuvo la huelga durante numerosos días. El pueblo del cual nosotros estábamos seguros, porque cuando se trataba de huelgas, cuando se trataba de luchas, nosotros siempre contábamos que Manzanillo estaría presente.
[…] con la Revolución, Cuba entera debe estar agradecida de Manzanillo porque de Manzanillo salieron los primeros dineros para la Revolución, los primeros víveres, las primeras hamacas, los primeros zapatos, las primeras frazadas, las primeras medicinas y los primeros voluntarios…
La marea revolucionaria y sus leyes sociales inundan a Manzanillo. Aplicación de la justicia revolucionaria a criminales de guerra, Reforma Agraria, prohibición legal de la prostitución, el juego, el racismo y otras lacras sociales y creación de oportunidades para romper el ciclo vicioso que las alimenta, nacionalización de la educación y la salud pública dándoles acceso universal y gratuito y convirtiéndolas, junto con la cultura y el deporte, en naves insignias de su obra transformadora, rebajas de tarifas eléctricas, alquileres, creación de industrias, construcción de viviendas, mejoramiento, adecuación y ampliación de infraestructura urbana; en fin, los primeros veinte años de revolución satisfacen -a pesar de los errores cometidos en toda obra humana-, las expectativas de las mayorías; tanto es así, que a inicios de los años 70, un estudio prospectivo del crecimiento de la población impulsada por los cambios favorables para la vida, situaba la población del término municipal en 300 000 personas para fines de siglo; sin embargo, un giro inesperado troncharía las expectativas de progreso social y económico de Manzanillo. La División Política Administrativa de 1976, al otorgarle la cabecera provincial a Bayamo, despojaría la ciudad en primer lugar de cuadros políticos y administrativos; luego, de la capacidad de gerenciar sus recursos económicos y financieros; en tanto, la dirección centralizada y vertical de la economía ponía en absoluta desventaja a los ubicados en posición subalterna, como fueron y son los municipios de las distintas provincias cubanas. La figura de Celia Sánchez Manduley, Secretaria de la Presidencia de la República y del Consejo de Ministros, sobresaliente luchadora revolucionaria, con indiscutible cercanía a Fidel Castro y Diputada por Manzanillo a la Asamblea Nacional del Poder Popular, contribuiría, en un primer momento, a que la pérdida de capacidad administrativa y decisión gubernativa no lesionara el cuerpo socio-económico de Manzanillo; empero, su fallecimiento en 1980 sellaría infelizmente la suerte de la ciudad. A partir de entonces, más que olvido, despojo ha sido la norma en el tratamiento hacia la urbe; aunque, haciendo honor a la verdad, algunos momentos ha habido en que una voluntad de justicia ha dejado grato recuerdo.
A consolidar el retroceso y estancamiento de esta fundacional región de lo cubano en los últimos 46 años, realidad palpable en el decrecimiento demográfico (el municipio cuenta escasamente con 126 000 habitantes, menos de la mitad de lo esperado para fines de la última centuria) han contribuido yerros en la construcción social socialista, presiones y sanciones norteamericanas, pérdida de socios y aliados políticos y eventos inesperados como ciclones y epidemias; sin embargo, bajo el mismo cielo, idéntico sistema político, mismos errores e iguales impactos por presiones, bloqueos y pérdidas, se han visto florecer otras urbes y la única variable diferente en la ecuación ha sido la capacidad de decidir y disponer de sus recursos y destinos en su área de influencia. En este estado de cosas y desde finales de la década de 1980, el civismo manzanillero, como expresión de su conciencia colectiva y sentido de pertenencia, lo mismo en proyectos y misivas a los poderes del estado para explicar, demostrar, sugerir y proponer soluciones, que en el lamento del ciudadano común, se han afincado en la historia y cultura local como elemento demostrativo de cuánto fuimos, qué somos y qué podemos llegar a ser, y es que del mismo modo que no hay hombre sin memoria, no hay pueblo sin historia; esta es y será siempre expresión colectiva de su ser, cédula de identidad, instrumento de reconocimiento propio; en tanto, lo mismo que un individuo, un conjunto humano es todo lo que ha sido, por ello se le reconoce, identifica y pondera. Ese pasado común y compartido, constituye entonces el nervio central que lo anima e impulsa como corpus social, con la convicción absoluta -sus hijos lo saben-, de que si ayer hubo y hoy hay Manzanillo, mañana lo habrá también.
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