July 23, 2022, by Cuba Research Forum
Región histórica e historia regional: una contribución al debate.
Resumen: Aproximaciones metodológicas a un tema candente. // Summary: Methodological approaches to a hot topic.
Por: Delio Orozco González.
Cuando en 1993 Michael Zeuske declaró sentirse sorprendido, no sólo de la enorme variedad y cantidad de las investigaciones regionales en América Latina; sino, de la diversidad de definiciones en torno a la región “[…] que a veces le parecen sobrepasar incluso el número de trabajos publicados”(1), no hacía más que ofrecer una pista sobre la actualidad de un tema en torno al cual todavía hay mucho que decir y hacer.
No creo, haya sido la natural inclinación del homo sapiens por asir la trascendentalidad, la causa de tantas páginas dedicadas a un tema que, en el actual estadio evolutivo del hombre, nos marca de manera sui géneris. La anulación de peculiaridades (entiéndase claves existenciales), nacionales, regionales y locales, se ven amenazadas no ya por la anacrónica escritura -por ello inofensiva en el caso de Cuba-, de una historia occidentalizadora y occidentalizante; sino, por la manera en que los grandes centros de poder mundial tratan de borran las diferencias regionales, a última hora, la diversa pluralidad humana.
Una aprehensión festinada del planteamiento anterior, pareciera distanciarme de lo que con tanta vehemencia he defendido; o sea, el papel de la historia como ciencia explicativa y no justificativa. Sin embargo, un asimiento históricamente objetivo de los últimos años, nos referirá, como coyuntura fini y neosecular, un mortal combate entre goblalización y regionalización. Colocado así el tema en escenario de una sola disyuntiva: vida o muerte, no resulta extraño entonces la vuelta, una y otra vez, no sólo de los historiadores; sino, de muchos estudiosos, a un segmento humano-espacial: la región; por ello, un ilustre cineasta argentino, veedor excelente de la realidad americana, acotaba que en estos tiempos de mundialización desquiciante, era mucho más evidente el sentimiento contrario; o sea, el de regionalidad. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que las torceduras teóricas, ataviadas de miedos e ignorancia, pueden convertir la tendencia en peligroso boomerang.
Hasta aquí, la comprensión del asunto muévese en la cuerda de lo afectivo: patria, nación, terruño, nacionalidad, identidad; empero, su fijación y validación gnoseológica, ha sufrido, aún padece, aproximaciones; también desviaciones. No pretenden estas líneas cortar el nudo gordiano ni echar más leña al fuego; sólo, intentan contribuir a un debate que necesita impostergablemente de una elucidación práctica.
La tardía brotación de esta manera de hacer historia, hace explicable en un primer momento, las diversas estructuraciones conceptuales dadas a la misma. Varias son las escuelas que, pasando por la alemana, francesa, mexicana, venezolana, brasileña, y por supuesto, la cubana; ofrecen diversos aparatos teóricos y metodológicos para acercarnos a la historia regional. Dos grandes tendencias son perceptibles en esta prolijidad de precisiones: la primera, intenta estandarizar patrones metodológicos partiendo de una experiencia particular; otra, responde con el acercamiento circunstancial al objeto de estudio; teniendo ambas en común un referente específico, por ello distinto entre sí. Ante este estado de cosas, tal vez, el equilibrio tendencial, pueda dar mayor y mejor trigo que el que han dado hasta ahora las propuestas esgrimidas; viciadas -en muchos casos-, de los mismos yerros imputados a las historias generales.
Llegados a este punto, necesítanse ya sugerencias esclarecedoras. No me equivoco si afirmo, que el encargo científico de la historia estriba en el estudio del hombre en tiempo y espacio; teniendo la agraciada de Clío -peculiaridad determinante esta-, el mismo objeto y sujeto de estudio: el hombre; así pues, toda incursión académica que obvie como destino final este objeto, no podrá dar nunca en la diana; y véase, no rompo lanzas en favor de los antropólogos, es que la praxis así lo demuestra. Una cuestión de obligatorio cumplimiento a la hora del abordamiento del hombre como variable de estudio, es la compresión de sus dos dimensiones, que si bien son conexas, su interpretación posee distintos niveles, en tanto su desenvolvimiento como ente individual y gregario, requiere de no tan iguales procederes metodológicos y herramientas interpretativas.
La Historia Regional, al devenir disciplina de investigación histórica, posee pues, los mismos instrumentos de los cuales se vale la ciencia histórica, sólo cambian las dimensiones de los escenarios y es aquí, a la hora de definir los espacios -todos los espacios, no sólo los geográficos-, donde radica, en nuestra opinión, la intríngulis del problema; el cual, por su condición latente, hace escabroso su precisión, dado además, y en no poca medida, por las aptitudes de los investigadores, las existencia o no de fuentes, el enfoque, las peculiaridades del espacio objeto de estudio, y, sobre todo, el valor de uso que se le dará a la indagación en cuestión.
Cuando se habla de historia económica, de la religión, militar, de la literatura, del derecho, todos -ipso facto-, percibimos y definimos de que se trata; sin embargo, cuando se menciona la “región histórica”, un sentimiento anfibológico nos pervade, sucediéndonos algo parecido a la primera experiencia amorosa: lo sentimos, pero no podemos explicarlo. Y es aquí, como se ha dicho anteriormente, donde se rompen las plumas más aceradas, brotando de sopetón este cuestionamiento: ¿existe la región histórica o esta sólo es elaboración mental?. Nadie duda de la región geográfica, económica, minera o militar; pero los caminos usados -al menos los que conozco hasta el momento-, han excluido, de su exégesis histórica para comprender el asunto, el estudio de la mentalidad, yerro capital este, por cuanto ella contiene lo que Eric Van Young llamó: el sentimiento de regionalidad.
La tierra, como acto de creación, existe fuera e independientemente de la conciencia del hombre, pero la historia no; él la hace y la escribe. Un tanto sucede con la “región histórica”, la cual no es sólo pensada -consciente e inconscientemente-, sino, sentida; y aunque el hombre se erige en constructor de ella, no lo es de manera exprofeso en la mayoría de los casos. Por eso, a determinada fase del desarrollo histórico, corresponde un determinado sentimiento de regionalidad, que puede expresarse como de pertenencia y más elaboradamente como identidad. La existencia de un sentimiento de regionalidad, deviene prueba inequívoca de la presencia de una región, y ese sentimiento fórjase a partir de la creación intereses que, no necesariamente resultan económicos, aunque inequívocamente pasan por esa cuerda.
Si como hemos dicho más arriba, el hombre constituye objeto y sujeto de la historia, entonces todo lo emanado de él conviértese, en mayor o menor grado, fuente para su conocimiento. De este modo, el estudio del sentimiento de regionalidad, puede ayudar a comprender las claves del decurso histórico, por cuanto los tradicionales estudios regionales -todavía no puedo excluirme-, enrutados casi exclusivamente a la descripción política, económica y social de un marco geopolítico, no han podido descifrar en toda su magnitud las razones ocultas, muchas veces definitorias, de un grupo humano.
La historia regional, como disciplina investigativa, facilita al especialista la realización de su trabajo, por cuanto su espacios de indagación resultan reducidos; sin embargo, la hiperbolización ontológica del objeto de estudio, los hace incurrir con no poca frecuencia en posiciones extremas (nacionalismos, regionalismos y localismos), corporeizados políticamente en actitudes y posiciones fundamentalistas; mientras que gnoseológicamente, se metamorfosea el resultado obtenido, dado que el estudio se hace sobre el objeto en si y para si, ignorando las reales -a veces determinantes-, influencias externas.
Desde una óptica utilitaria, tomar el pulso al sentimiento de regionalidad, permite palpar el estado de salud de la región. Este sentir, investido de la opinión pública, de la oralidad, del humor criollo, ofrece guías básicas y ayuda a orientar el discurso político, amén de contribuir eficazmente a la vertebración de planes regionales; sobre todo, en los países como el nuestro, donde la planificación se erige política de estado. No obstante, la inobservancia de esta percepción regional; o sea, el desconocimiento del mandato histórico, puede acarrear y ha acarreado severos traumas humanos; aunque, es preciso reconocerlo, en Cuba la sangre aún no ha llegado al río.
Ahora bien, cómo aprovechar este recurso investigativo. La regionalidad se corporiza, mejor, se expresa, a partir de un centro de desarrollo que posibilite el crecimiento y expansión de un grupo humano. Si el espacio habitable ofrece todas las posibilidades que el grupo requiere, entonces este se hace sedentario y comienza a formarse una región de asentamiento, apareciendo al mismo tiempo un sentimiento de predilección por el espacio escogido; tal instrumento puede aplicarse, por ejemplo, a las comunidades aborígenes. Sin embargo, con la aparición del capitalismo como sistema y después de siglos de crecimiento aritmético de la población, con la reducción de espacios habitables, capaces de cumplir con los requisitos básicos de desarrollo estandarizados por el sistema, y de manera especial, con el surgimiento del estado y todos sus mecanismos de control, los espacios regionales van a volverse más precisos, y aunque no siempre, en ocasiones resultan identificables con demarcaciones geopolíticas, por cuanto gran parte de la solución de las necesidades humanas más urgentes e inmediatas, serán canalizadas en grandes centros de asentamientos y desarrollo: las ciudades.
Como está planteado el concepto de región histórica, el mismo pretende condensar la “región total”; no obstante, tal intento queda frustrado debido a la existencia de más de una región en la supuesta región histórica. Para explicarnos mejor, diseccionemos una estructura que se toma como tal. La Cauto-Guacanayabo es sin duda alguna, una región histórica desde la óptica formativa de un sentimiento patriótico, también la práctica del espiritismo le da orgánica coherencia religiosa; sin embargo, la misma acuna regiones económicas y geográficas bien definidas: una, bordea toda la costa del Guacanayabo, la otra, en el Cauto, se enseñorea en vastas llanuras; económicamente, esta, desde antes del siglo XIX, se definió por la ganadería; aquella, por la industria azucarera y el comercio; finalmente, cuando de manera artificial una de las regiones resultó desarticulada, el sentimiento de regionalidad se agitó de manera exaltada; aún se agita.
Las consecuencias derivadas de la crisis de los años 90 y el sistemático esfuerzo que se ha hecho para convertir la capital provincial en una ciudad de primer orden, ha obligado a autoridades políticas y administrativas a concentrar esfuerzos y estructuras en esta última, despojando por ello a otros centros urbanos no sólo de la oportunidad de continuar su desarrollo local, sino, apuntalar, desde un accionar endógeno, una estrategia de crecimiento. La atípica situación de la actual provincia Granma donde se habla de una provincia y dos capitales, resulta, a pesar de los esfuerzos y buena voluntad del entramado gubernativo, una quimera; pues, tratar de lograr dicho equilibrio devienen drenaje de recursos de otros centros tan necesitados como Bayamo y Manzanillo; en tanto, el nivel de deterioro citadino de esta última, producto de años de abandono, exige colosales esfuerzos para poder llevarla a niveles aceptables, cuestión que obligará después de llegados a la meta, sostener una política inversionista de mantenimiento para evitar la repetición de la funesta experiencia; por ello, la descentralización, verificada en la revisión de la actual División Político Administrativa, deviene solución primaría por la cual pasará la resolución de los males creados por una división que obvió realidades vigentes no sólo hoy, sino hace 30 años. Los estudios y esmerada atención política que se le prestan a este tema así lo refrendan.(2)
Con didáctica ejemplar, nuestras regiones -fundidas de modo no natural-, han demostrado la importancia que tiene seguir el rastro al sentir de la regionalidad para indagaciones de este tipo; por otro lado, y como experiencia práctica, arrojan luz sobre el hecho de concebir exógenamente una región que muchas veces -se ha supradicho-, contiene gérmenes o regiones en formación dentro de sí; debido, no sólo al escenario natural formativo (entiéndase papel del medio), sino, al tipo de poblamiento, peculiaridades económicas, oportunidad e influencia del grupo regional, momentos de asentamiento, creencias, estado de las comunicaciones, desarrollo tecnológico, etc. La región histórica, como herramienta metodológica, es un concepto elaborado en la mente del hombre, por tanto -de manera a priori-, no le puede ser colgado como un sambenito a la presunta región estudiada o por definir; es ella, a partir de la seria paráfrasis histórica, quien nos ofrecerá su ser.
Una última consideración. Como todo organismo vivo, la región histórica tiene y cumple un ciclo vital, pasando en su decurso, por diversos estadios que pueden dar como resultado el surgimiento de nuevas regiones, la concreción definitiva de otras o la desaparición de algunas ya creadas. La región es dinámica, cambia en la medida en que se modifican los patrones espaciales y temporales en que se desenvuelven los hombres que la construyen, ignorarlo, a la hora de la exégesis histórica, ofrecerá, cuando menos, un contrahecho.
Los estudios regionales, y las precisiones de tipo metodológicas para enfrentarlos, constituyen, más que utilidad pública, necesidad imperiosa. Ellos posibilitarán -ya lo hacen en alguna medida-, comprender orgánicamente la evolución de entidades espaciales y temporales mayores; y si como ganancia neta el magisterio inigualable de la historia no parece incentivo suficiente a algunos; entonces, evoco al más universal de los cubanos cuando, enalteciendo el sentimiento de pertenecer -como nunca antes ni después se ha hecho-, que es el mismo de regionalidad, dijo:
Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el inexpugnable concepto de la patria. Levantando a la vez las partes todas, mejor, y al fin, quedará en alto todo: y no es manera de alzar el conjunto el negarse a alzar una de las partes. Patria es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; -y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se de a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale. Patria es eso.(3)
NOTAS
1.-Zeuske, Michael. “Regiones en comparación: apuntes para un debate (conceptos y ejemplos en América Latina y Europa)”. En: Apuntes, Revista Universitaria para problemas de la historia y la Cultura Iberoamericana, Universidad de Leipzip, Alemania, 1993.
2.-Mayoral, María Julia. “Una división que merece ser revisada”. En: Granma, 5 de octubre del 2006, p. 3.
3.-Martí, José. Obras Completas, Tomo 5, p. 468.
Delio G. Orozco González. Licenciado en Historia por la Universidad de Oriente, 1989. Miembro de la UNEAC, la Academia de la Historia de Cuba, la Sociedad Cultural José Martí y la Unión de Informáticos de Cuba. Especialista del Archivo Histórico de Manzanillo.
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